EL CRISTO BOCABAJO
Por Luz Marina Méndez

No había transcurrido más de 3 minutos y un calor e intenso frio bañó mis mejillas.
Acelere el paso, algo había en el ambiente que me señalaba un camino de angustia. No sabía precisar con exactitud qué.
El tiempo, mi gran amigo y eterno enemigo marcó las 11 a.m.
Sentí su mirada envuelta entre las sombras, observando silencioso y meditabundo en la obscuridad. Mis piernas se tornaron gelatinosas; no podía desmayar.
Lo extraño, es que siempre lo miré a los ojos y aunque sentía entorchar mi corazón, no dilucide más allá de lo que puede ver el alma humana.
No dispuesta a permitir que me venciera, guardé dentro de mí el cobarde corazón y avance, avance y avance.
Mis dedos pincharon el interruptor y se escurrió por fin el delicado velo. Frente a mis ojos un escenario de soledad y miedo; en mi mente la viva imagen de aquel ser.
El magno universo propicio ese momento. Aprovechando entonces, mi mente repetía: Da prioridad a la razón. La confusión se apoderó de mí.
-Sigo- -retrocedo.
-¿Qué hacer?-
Le vi partir. Le vi partir.
Como ave en agujero, escarbe entre libros, cartas, memos, sobres; en fin, toda serie de cosas volaban en el aire en forma de espiral. Agobiada pensé. No puedo equivocarme. Algo hay en él que expele oscuridad.
Hastiada tire mi ser en un diván. Pero algo más fuerte que yo, inquirió.
¡Qué será de ti si no aprovecháis este momento!
Me vi a mi misma vencida.
Me levanté, sintiendo el peso de mi alma entre las manos.
El silencio era espero y ahogaba los sentidos, los minutos atascaban la razón, y las piernas no daban.
¡Mi mundo se hizo bola de cristal! No pude resistir un instante más.
Debes regresar- me decía.
Quise salir a toda prisa. De pronto, recordé una pequeña caja que hace lunas divise en un escondrijo. Precisamente en ése lugar. Mi mente dibujaba fragmentos en mi memoria, tratando de armar el misterioso rompecabezas.
Algo debe existir que me conduzca a ella. Sentí una ola de impotencia.
Caminé en círculos, dejando en el piso traslucidas huellas de mi decepción.
Luego me volví hacia un almanaque que señalaba una fecha encerrada en aureolas de colores. ¡Qué será?- Me indagué.
Palpe con mis delgados dedos el papel. Era semejante al pergamino y de un fino color ocre. Un imán extraño me ató a ese objeto. Percibí con mis sentidos una música tenue y extraña y un suave olor a rosas. ¡Sentí pánico!
Quise huir y de repente, el almanaque cayó al piso dejando al descubierto, una diminuta puerta de madera empotrada en la pared. No sabía cómo abrirla.
En un instante y de manera retrospectiva, desfilaron como en pasarela, todas las visiones que había tenido con ese lugar. Era necesario creer en mí.
Obedeciendo a mis sueños, teclee uno a uno, los extraños números que escalonaban en mis visiones. Mientras el miedo fluía por mis tejidos, se produjo el milagro. La diminuta puerta cedió dejando al descubierto una lluvia de pétalos dorados disecados.
¡Cosa extraña! Pensé.
A pesar de su gratificante aroma, no desee tocarlos. No había movido un ápice cuando los pétalos volaron de manera circular y dentro, muy dentro, se encontraban dos figuras de forma humana, de apariencia siniestra. No podía retroceder. Era ese el momento. Amparada por la fuerza divina y la velocidad del rayo, los escondí en mi bolso y salí de ese lugar. ¡Mi alma se hizo mármol!
Toda la valentía que tuve al llegar a ellos, cegó mis fuerzas para mirarlos de frente. No pude. Un sinfín de cosas revoletearon por mi mente, impregnado mi ser con un paño de manifiesta debilidad.
Sin más, los tiré al bote de la basura, pero creí entender porqué, siempre divisé sobre su escritorio un cristo bocabajo.
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Foto: fondosdepantalla.com