OTROS TIEMPOS
Por Gustavo Abril Peláez

Hubo un tiempo en que mis esfuerzos no eran sólo para dar forma a un mejor futuro, sino para impedir que se desbordara el precario presente. Yo creía que la escasez de bienes no era tan importante; tampoco creía tan importante que el televisor fuera en blanco y negro, que el comedor -invento mío- fuera todo un desastre, o que aquella refrigeradora usada jamás diera un cubo de hielo. Tampoco me parecía problema que la mesa de dibujo estuviera junto a la cama, porque mientras me desvelaba diseñando o estudiando, podía ver la dulce mentira en la que tan ciegamente creía: aquel espejismo de felicidad; esa ilusión estéril por la que yo me moría.
Los años pasaron y todo quedó tan lejos. Ahora las carencias son menos perceptibles (o talvez más discretas): no faltan muebles ni aparatos, y en vez de mesa de dibujo, junto a la cama tengo una mesita donde, al llegar la noche, busco mis medicamentos, coloco mis anteojos y el libro que estoy leyendo. Si alguna vez me desvelo ya no es por estudios o trabajo, sino porque el sueño a veces se olvida de nuestras citas, y cuando eso sucede, apago mi lámpara y contemplo en la penumbra una imagen diferente; hoy ya no veo mentiras dulces, ilusiones estériles ni espejismos, sino el rostro plácido de esa bella mujer que la vida ha puesto a mi lado para privilegiarme, a pesar de lo mal que he vivido y lo peor que me he portado. Los bienes -escasos o abundantes- me siguen importando poco, pero esa mujer con la que hoy comparto lo que falta y lo que sobra, lo que muerde y lo que besa, lo que estorba y lo que aprieta, por vida de Dios, ¡que no me falte!
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Foto por Cony Abril