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INEVITABLE

Por Gustavo Abril Peláez

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No tengo forma de justificar lo que ocurrió esa noche: la luna se enseñoreaba sobre el valle con sus brillos añejos. El auto zigzagueaba cortando a su paso una alfombra de niebla, rompiendo con ronroneos cansados el silencio de callejuelas que enmudecen cuando se bañan de plata. Yo, animado por el frío, la estreché en un abrazo que cortó como un cuchillo nuestros prosódicos límites. Ella se dejó abrazar y colocó su rostro sobre mi pecho. Sentí su calor y su aliento tal como imaginé sentirlos en mis tontos sueños. Allí estaba, unida a mí con sus olores a ángel, a aceite de mirra y a beso.

Cuánto quise perpetuar el momento y no soltarla nunca. Cuánto quise quedarme abrazado a ella y malgastar en una sola noche lo que quedara de vida. El mundo se me había estrechado: todos los pensamientos, todos los susurros y todos los deseos del alma cabían en un ojo cerrado, en un breve suspiro y en un puño apretado.

Es cierto que todo fue culpa mía, qué nunca debí besarla ni enamorarme de ella, pero si han de juzgarme, solo les pido una indulgencia: pónganse en mis zapatos, caminen ida y vuelta por la misma senda y luego, después de pensarlo un rato, arrojen sin pena la primera piedra.

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Foto: Google search

 
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