LEJOS
Medio desnudo, tumbado en una habitación de hotel cero estrellas, fastidiado hasta el cansancio por la soledad (y harto de su juramento de serme fiel hasta la muerte), busqué cosas que quedaron perdidas en algún punto indefinido entre mi corazón y mi mente; cosas que encontré al girar la perilla en que se había convertido el bombillo apagado, calvo y austero, que colgaba del aburrido y mortecino techo. Cosas que casi palpaba, gracias a esta imaginación mía que a veces maldigo por ser tan consistente, tan real y tan impertinente. Tras una puerta con bisagras de humo de tabaco y tirador de bombillo calvo, veía mi árbol (ese que sembré en el jardín, hace tantos años) y la banca en que nos sentábamos al fresco de la tarde; veía el farol que iluminaba nuestras tertulias de domingo, y veía el rincón donde me apartaba cuando necesitaba estar a solas. Veía mi sillón de lectura y la mesita de noche donde ya no estaban mis gafas, y veía el lado vació de la cama desde donde solía contemplarla cuando todavía era mi sol, mi luz y mi vida. Siempre que estuve lejos extrañé el hogar y la extrañe a ella. Ya no había hogar al cual regresar, y eso dolía profundamente, pero a ella no la extrañaba más: mi corazón se había vaciado de sus ojos y de su voz, de su cuerpo y de su risa. Ya no importaba que no hubiera quién me recibiera con un beso mientras dejaba las maletas en el suelo. Ya no importaba que nadie me esperara en el minúsculo lugar donde aguardaban mis libros, mis sueños y mis letras, en ese lugar donde la vida me obligó a estar mientras terminaba de sanarme el alma, mientras me iba fabricando momentos que pronto se convirtieron en realidades, momentos que un día pude llamar inolvidables, maravillosos, trascendentales y eternos.
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Imagen tomada de la película "Apocalypse now" dirigida y producida por Francis Ford Coppola