¡¿QUÉ...RABIA?!

Encendí la televisión para ver las noticias, estaba medio dormido pero terminé de despertar inmediatamente después de que pasaran un video de un perro atacando a una señora. Resulta que atacó a quince personas y que hasta hay una hospitalizada, luego se dio a la fuga y las autoridades no lo han podido encontrar. La rabia es una enfermedad que está regresando, no sé si sea por el cambio climático o porque cualquiera hace ahora campañas de vacunación que no son ni siquiera supervisadas por veterinarios. Recuerdo que era el año 1989 cuando nos enviaron a hacer un trabajo junto con los estudiantes que realizaban sus prácticas de veterinaria después de cerrar el pensum. La practicante era una muchacha atractiva y se portó muy amable con nosotros; como alguien había llevado un perro al centro de salud ella decidió que nos demostraría, para presumir, la forma de hacer un examen clínico. El perro estaba postrado, nos dijeron que no podía caminar y como que tenía atorado un hueso en la garganta. Recuerdo que el pobrecito era un animal mediano, con una mirada triste y que en efecto no caminaba. Uno por uno pasamos a introducir nuestras manos desnudas dentro de su hocico en busca del mencionado hueso, nadie sintió nada. En eso llegó el veterinario de turno, un joven amable que irradiaba más confianza, tampoco encontró nada y dijo: “si no tiene un hueso es porque es rabia paralítica”. Pasé como una hora lavándome las manos con jabón con yodo y no pude dormir esa noche. Ahora que soy veterinario me doy cuenta de que jamás se tomó una historia clínica detallada y que el examen físico no pudo ser más deficiente, ¿cómo vas a diagnosticar rabia solo metiendo la mano en la boca de un perro? Además de ser imposible es lo más estúpido que un veterinario puede hacer. Otro de mis grandes amigos veterinarios es conocido por todos como “Chaca”, creo que muchos ni saben su nombre; yo lo sé porque fue mi amigo toda la secundaria y el único del grupo que se atrevió a convertirse en veterinario junto a mí. Al igual que yo su padre era médico, y al igual que mi padre se preocupó muchísimo por nuestra salud y nos dio todo tipo de consejos, algunos desactualizados, como que tuviéramos cuidado de que no nos aplicaran una vacuna antirrábica fabricada en embriones de pato, porque eran peligrosas. Cuando llegamos a la facultad le contamos al profesor lo que había sucedido, después de reírse un buen rato hizo una llamada a un tal Dr. Del Águila, jefe del departamento de microbiología y experto en el tema de la rabia. El Dr. Del Águila le dijo que nos enviara a su oficina a primera hora del día siguiente para aplicarnos la vacuna. Con lo que nuestros padres nos habían contado no sé si teníamos más miedo a la vacuna que a la enfermedad, así que Chaca y yo decidimos hacerle ver las observaciones de nuestros galenos de cabecera al doctor Del Águila, sin siquiera saber nada al respecto de quién era él. A la mañana siguiente nos presentamos los cinco miembros del grupo en el departamento de microbiología. A diferencia de otras partes de la universidad, dicho departamento se notaba más limpio y ordenado, había una pequeña sala de espera con aspecto de corralito en donde nos pidieron esperar al doctor.
Unos minutos después se presentó un hombre que llevaba una sonrisa un poco malévola, vestía una bata impecablemente blanca, iba muy bien peinado y debajo de la bata llevaba camisa formal y corbata. “¿Así que ustedes son los cinco que ya se creen veterinarios y andan jugando a meter las manos dentro de la boca de los perros?”, dijo con un tono de burla, “ser veterinario es algo muy delicado, hasta arriesgan su vida, no sé cómo es que hacen cosas así, y ahora yo tengo que vacunarlos para que no se vayan a morir, ¿qué tienen que decir al respecto?”. Mi amigo Chaca le dijo su nombre completo, dijo que su papá era doctor y que le había dicho que si la vacuna que le iban a poner era la de embrión de pato que mejor no se la pusiera. Yo estaba a punto de decirle que mi papá me había dicho lo mismo y tan pronto abrí la boca me interrumpió. “¡A mí qué me importa lo que opine su papá!, obviamente ni sabe de lo que está hablando ya que menciona una vacuna que no se ha usado en años por ser muy peligrosa, mejor dígale a su papá que vaya a estudiar, la vacuna que le iba a poner viene del Instituto Pasteur y es fabricada en células diploides humanas, no espero que me entiendan pero sí que sepan que: ¡acá somos técnicos y estamos al día con los avances de la ciencia! Y usted”, dijo mirándome, “¿también tiene algo que decir?” Me comporté como un cobarde y respondí que no, luego el doctor siguió: “sabe qué señor”, dirigiéndose a Chaca, “usted es un limosnero con garrote, cada dosis cuesta unos 300 dólares y son cinco inyecciones, así que hágame el favor de salir de acá y se va a juntar el dinero para pagar sus vacunas en la calle”. Nuestras miradas eran ahora más tristes que la del pobre perro que causó todo esto, después de implorar casi de rodillas, el profesor accedió a vacunarnos, pero dijo que no quería escuchar que saliera una palabra más de nuestras bocas, menos si era para hablar de los consejos de nuestros padres. Hasta la fecha me da pena que regañaran más a Chaca que a mí, pero pudo más el instinto de conservación. Así que aprendimos muchas cosas, además de respetar al Dr. Del Águila como el gran científico que es, y hasta nos hizo ir a estudiar sobre la enfermedad. Ahora voy a contarles algunas particularidades sobre esto: El virus es muy sensible afuera del organismo, cualquier desinfectante, hasta el más débil lo mata, lo primero que hay que hacer es lavarse las heridas con mucha agua y jabón, pero debo agregar que heridas profundas, como las causadas por los colmillos de un animal grande, son difíciles de lavar adecuadamente. En nuestro caso no hubo mordeduras, únicamente contacto con la saliva del animal y en caso de que nuestras manos presentaran alguna herida eso sería el equivalente a una mordida. ¿Recuerdan que el veterinario dijo rabia paralítica?, clínicamente hay dos formas de la enfermedad: furiosa y paralítica. Los animales con rabia furiosa andan como locos mordiendo todo a su paso, mientras que los que tienen rabia paralítica pueden únicamente quedar postrados. Solo para aclarar las cosas, nuestro paciente fue muy mal manejado como ya mencioné. Algo muy interesante es que, si no mal recuerdo, el virus se excreta por la saliva no más de 7 días antes de que muestre signos clínicos de encefalitis. Eso significa que si se puede poner al animal en observación y a los 10 días no ha mostrado síntomas, no es necesario vacunarse. El problema es cuando el perro ya tienen síntomas nerviosos, cuando el animal que mordió se fue y no lo volveremos a ver en los 10 días de observación, si se muere durante este período, etc. Entonces no queda otra más que buscar tratamiento. Otra cosa interesante y muy importante es el lugar en el que se presentó la mordedura, ya que el virus sube lentamente por los nervios hasta llegar al cerebro, entonces las mordeduras más cercanas a la cabeza son las más serias, y las de los pies vendrían siendo las menos serias, en teoría. Algo con que hay que tener especial cuidado es en los paseos por el campo, los animales silvestres generalmente no se dejan acercar por las personas, cuando hay algún animal con un comportamiento extraño, como podría ser no huir, es muy posible que tenga rabia. Nunca se deben tocar. Muchos años después, cuando era profesor en la facultad, otro de mis grandes amigos, Alejandro Oliva, me dijo que pensaba que un gato en la clínica número uno tenía rabia. Me dijo que en la historia todo coincidía, que habían síntomas nerviosos, que había mordido a todos en la casa, que no estaba vacunado y muchas cosas más, justo lo que no se hizo con aquel perro al que le metimos las manos en la boca. Entré a la clínica y abrí lentamente la caja de cartón, en la historia clínica siempre dijeron que el gato ya no caminaba, que estaba paralítico. Cuando lo ví era algo horrible, sacaba unas cantidades exageradas de saliva, su mirada era como la de un loco, las pupilas estaban de distinto tamaño y gruñía. Cerré lentamente la caja y con todo lo metí en una jaula; le expliqué a la señora que no podía arriesgarme o arriesgar a mis alumnos, que iba a consultar a los especialistas pero que pensaba que todos se tendrían que vacunar cuando se confirmara el diagnóstico. Regresando a mi oficina pasé frente a la del doctor Roberto Urrutia, titular de enfermedades infecciosas, y le conté que pensaba que había visto mi primer caso de rabia. Me hizo mil preguntas y dijo que sonaba como que sí era rabia, luego me dijo que le gustaría al rato ir a ver al gato personalmente. Le dije que Alejandro sabía en qué jaula estaba el paciente y que le pidiera que se lo mostrara. Me fui a almorzar. Una hora después el doctor Urrutia todavía se miraba fatigado y molesto, “¿usted por qué no hizo bien su examen clínico?”, me reclamó. Luego me contó que cuando abrieron la jaula para verlo, confiados de que estaba paralítico, el gato saltó sobre ellos y como pudieron lograron escapar sin ser mordidos; hasta la fecha el doctor Urrutia no le encuentra la gracia cuando me río al recordar la historia. Lo que sucede es que cuando a uno le llevan un animal con sospecha de rabia generalmente no lo tocamos, sino que se hace lo que hice con el gato, verlo de lejos. Muchos animales con otras enfermedades son diagnosticados como rabiosos solo por tener signos neurológicos; como consecuencia de esto una gran cantidad de personas son vacunadas de manera innecesaria y eso no solo es pérdida de recursos sino que puede tener efectos secundarios. Del perro al que le metimos la mano en la boca no volvimos a saber nada, muy posiblemente era otra cosa ya que ni se tomó una buena historia o examen clínico; el gato murió y fue reportado como positivo, las personas tuvieron que ser tratadas. Todo por no vacunar a sus mascotas.
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Fotografía proporcionada por Mauricio Cuevas