DESTELLOS DE AMOR DIVINO (Novela).

Me vi de pronto contando mi vida a un escritor. Lejos estaba de imaginarme que un día, desgajaría uno a uno, los retazos de alegría y dolor que conforman el paño sacro de mi alma.
El calor de aquel recinto me abrigó de tal manera, haciendo más fácil ingresar al tálamo sagrado de la existencia.
A pesar del confort, he sentido remover dentro de mí el infierno que aún llevo dentro.
De nada valía la belleza del lugar, si era suplida por una amargura y soledad sin fin.
Entre cuatro y seis flores de mayo, padecí lo que quizás nunca merecí. El tiempo escribirá en finas letras su verdad, la verdad.
En aquella casona, día y noche deambulaba de la mano de la dama misteriosa, esa que no habla, que no canta, que no causa dolor, pero que mirando fijo las pupilas de sus ojos, mediremos el alcance y dimensión de su daño mortal.
La soledad es linda y buena consejera, cuando se le ama y a gritos se pide su compañía, y nociva en el evento contrario.
La dama misteriosa, suplió de un santiamén la existencia de mi madre.
No la culpo. Ella sembró en mí un dolor cuya dimensión no puede imaginar, pero a la vez, es víctima letal de ese dolor y muchos más. La eterna cadena. Ella lo buscó, yo no. He ahí la gran diferencia. No sé si ésta obra sea escrita para desahogarme o para poner el dedo en la llaga.
Caminé durante incontables amaneceres terciando la maleta a mi pequeño cuerpo, transitaba avenidas vehiculares peligrosas y congestionadas. ¡Anhelaba estudiar!
¡Esa soledad, esa ausencia que gritaba la presencia de mi madre, día a día florecía desde sus áridas raíces!
PINCELADAS: LAMENTOS EN EL SILENCIO
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No importa cómo, pero llegué, de la mano de mi progenitora. En un segundo se despabiló, y quedé a merced de la atmósfera del lugar.
Ellas, niñas igual que yo, recorrían el sitio con dominio nocturnal. Sentí pánico y cual chicle me adherí a su presencia. Indagué por ella, no sabían que responder. Decidimos salir y deambular en su búsqueda, y fue entonces cuando descubrí y percibí por mis propios sentidos, las fibras que conforman los antros de maldad. Mis ocho flores de mayo impedían entender su magnitud.
El ambiente espeso como la maldad que lleva dentro. Remedos de hombres, mujeres, niños y niñas, y hasta animales, deambulan sin dibujar su sombra, pues la misma les abandona. Gritos; seres hastiados y otros revueltos en la miseria, aúllan en el profundo de los silencios. Lamentos de seres arrastrados por la droga, cuyas pupilas dibujan con certeza la existencia del inframundo.
Paredes, puertas y ventanas destrozadas cuyo vestigio habla por sí solo de un tiempo mejor. Mujeres cuyo abultado vientre habla de un mísero egoísmo.
Cuna de prostitutas, asesinos y ladrones donde pulula por doquier la obscuridad. Nadie merece ese lugar, menos la prístina inocencia.
Cada mirada desflora sin piedad la virginidad del alma.
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Foto: Elle.es