COSA DE NIÑOS

Cuando regresan los días fríos que suenan a campanas y cohetillos y huelen a pólvora quemada y a pino, me doy cuenta de que las fiestas navideñas son cosa de niños: niños como aquellos primos que jugábamos en los corredores de la casa de “la Mami” -mi querida abuela- mientras los tíos, sentados junto al árbol, hablaban sobre asuntos de viejos, y las tías, en la cocina, se entretenían preparando el arroz a la valenciana, la pierna horneada, los tamales y el ponche de frutas; niños como los que asaltábamos a hurtadillas aquella mesa grandota que “La Mami” llenaba de nueces, manzanas rojas, racimos de uvas y tantas otras cosas sabrosas, para robar alguna botella y emborrachar con ella al “Kaíser”-pobre perro-, y de paso emborrachar también a alguno de los primos más pequeños; niños cuyos fantasmas traviesos y retozones siguen vivos y eternos, escondidos en los recovecos de aquella casa y del tiempo.
Cuando esta atmósfera cargada de melancolía viene, es imposible no recordar los momentos en que, la familia entera salía a la calle y se abrazaba mientras el Valle de la Ermita celebraba la llegada de las doce y del gran día. Imposible es, también, no desear volver a brindar con todos ellos y compartir de nuevo palabras, viandas y alegría de la misma manera en que antaño lo hacíamos.
“La Mami” ya no está, tampoco están mi padre ni mis tíos: Julia, Aura Estela, Edgar, Chita y Ana María; todos se fueron al igual que Juan Luis y Tito -mis primos queridos-, sin embargo, los que partieron no se llevaron con ellos esas festividades que, para mí, serán siempre cosa de niños, las dejaron para nosotros, tal como nosotros -en su momento- las dejaremos a otros… las dejaron para que las vivamos y para que los recordemos a ellos, pero también las dejaron para que año con año sigamos viendo hacia adelante sin dejar jamás de fabricar recuerdos nuevos.
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Fotografía: mi madre, esperando las 12. Proporcionada por Gustavo Abril.