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LA SAGA DE LA GRINGA LOCA

(En el Ascensor)

Le llamaban Bosques, aunque su nombre verdadero era Beto, pues su saludo habitual a los amigos era “Hola, Bosques; ¿qué tal estás, Bosques?” (Hola vos), con las vocales alargadas como en un canto gregoriano. Era rechoncho, de mediana estatura, de lento caminar, pausado en el hablar y sonrisa sempiterna. Frisaba ya las cuatro décadas, y con sus anteojos gruesos, su mirada santurrona, su cabello corto y entrecano, y la pereza de su andar, parecía la personificación de un Hobbit.

Bosques leía todo lo que le caía en las manos con constancia rigurosa, ya fueran libros de ciencias, de literatura, de filosofía o de entretenimiento, y era fama que sabía hablar en cuatro idiomas, aunque su acento hispánico sumado a su tartamudeo, no permitían distinguir en cuál de ellos se expresaba cuando soltaba frases para lucir su poliglosis. Era ordenado y puntual en sus hábitos, al extremo de que se sentía profundamente contrariado cuando por alguna razón le impedían salir de sus labores a las 20:00 horas; pasado un minuto de esta hora, le daba la impresión de que el bus que lo llevaba a su casa lo iba a dejar y tendría que abordar el que salía cinco minutos después, algo sumamente inadmisible.

Sus compañeros del turno de la tarde solían jugarle bromas, de las cuales salía a veces bien librado por su ingenio, pero en otras debía soportar con cristiana resignación las carcajadas y las puyas generales.

Es así que una noche, Bosques salió al sanitario a las 19:45, como siempre lo hacía, y Mayra, al verlo salir, atrasó cinco minutos la aguja minutera del reloj de pared. Bosques regresó cinco minutos después, pero como, además, era despistado, no advirtió el retroceso de la manecilla. A las 20:00 horas, cuando el reloj marcaba las 19:55, salieron todos los compañeros de la oficina, pero Bosques miró que no eran las 20:00 horas, así que decidió esperar. Visto que hubo cumplirse la hora en punto, salió como un "canchinflín" en procura de bajar las gradas, ya que laboraba en el segundo nivel.

Pasó frente al viejo ascensor que no funcionaba desde hacía dos años. Tenía rejas corredizas y un botón del lado izquierdo que se había quedado marcando el nivel número 3 para eterna memoria. Bosques lo presionó con la esperanza de que funcionara, como siempre lo hacía, porque el ahorrarse el descenso de unos cuantos peldaños constituía para él la gloria. Cuál no sería su sorpresa y su alegría, cuando vio que el botón giraba y el marcador señalaba el nivel número 2. Corrió las rejas, la puerta se abrió y Bosques no dudó en precipitarse al interior. Marcó el nivel No. 1, pero, curiosamente, el ascensor subió y siguió subiendo hasta detenerse en el 4to. nivel...

Ese piso estaba en desuso, y causaba miedo verlo, aun de día, porque estaba oscuro y húmedo y lleno de muebles y accesorios antiguos e inservibles. Volvió a presionar el número 1, y el ascensor obedeció y empezó a descender hasta parar en el primer nivel. Santo Dios, qué alivio, pero este artilugio ya le había robado por lo menos treinta segundos. Sin embargo, la puerta no se abrió, como esperaba, sino que el ascensor tronó como asegurando los cierres de ésta, y nuevamente comenzó a ascender con lentitud hasta detenerse en el último nivel.

De nuevo marcó Bosques el 1, de nuevo el ascensor obedeció y emprendió el descenso, pero fue solo para volver a hacer su voluntad y reemprender la marcha a las alturas. Bosques no quería ver la oscuridad del último nivel. Cerraba los ojos, pero luego le daba miedo, pensando en que se iba a apagar la luz interior del ascensor, lo cual no tardó en ocurrir. Empezó a gritar el nombre de don Chepito, quien era el guardia de seguridad apostado a las puertas de salida y entrada al edificio, pues el ascensor se quedó trabado en el medio de los niveles 3 y 4. Sintió que había pasado una eternidad cuando la luz volvió a encenderse y el ascensor empezó a descender, se detuvo en el primer nivel y, esta vez, se abrió la puerta, y don Chepito descorrió las rejas desde afuera. Bosques salió pálido y jadeante.

No podía pronunciar palabra. “Vaya que a lo lejos escuché que me llamaba, usted”, le dijo don Chepito. “¿Cómo se les ocurre a ustedes montarse en esta vaina, sabiendo que hace años no funciona? De milagros les arrancó, porque ni los técnicos han podido abrir la puerta, ya no digamos hacerlo funcionar”, le informó don Chepito. Bosques, saliendo de su aturdimiento, alcanzó a comprender que decía ustedes, en plural, pero solo él había abordado el ascensor. “Don Chepito”, le dijo, “solo yo me subí al ascensor. ¿Por qué habla como si hubiera otras personas?” Don Chepito se tiró una carcajada, antes de responderle, “¿Cree que me va a babosear? Allí vi que la Mayra se subió y lo fue a traer a usted al 2do. nivel. Y a saber qué se quedó haciendo porque no se vino con usted”.

Bosques sudó frío; se dio cuenta de que don Chepito no tenía intenciones de bromear. “¿Usted vio que Mayra se subió al ascensor, don Chepito?”, le preguntó Bosques. “Sí”, le respondió don Chepito, “solo la vi de espaldas, pero tenía el pelo canche (rubio) y era blanca. Ella es la única que es así y que sale a esta hora” . Bosques ya no se quedó a discutirlo. Sin decirle ni siquiera gracias a don Chepito, salió corriendo a su parada de bus en la 18 calle, pero ya iba con media hora de retraso. Nunca antes había llegado tan tarde a su casa, y eso es que vivía solo en un apartamento del 4to. nivel de unos edificios multifamiliares. Ya no volvió a salir después de sus compañeros, y fue su nueva obsesión ganarles siempre la delantera. Todo por no volver a echarse su viajecito en el ascensor de la Gringa Loca...

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Foto: Google search

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