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LA SAGA DE LA GRINGA LOCA (En el 4to. Piso).






Era allá por el año de nuestro Señor Jesucristo, 1985. El cielo había amanecido nublado. Eran las 6 de la mañana y ya Peter el Mayor, se dirigía a la parada del bus que lo conduciría al Centro Histórico, en donde tenía una carreta para hacer hot dogs, negocio al que se dedicaba desde hacía un par de años. Ésta la dejaba guardada en el Edificio Sánchez, de GUATEL, donde le daban permiso para ingresarla noche a noche.


Había dejado la carreta con buenas raciones de pan, salchichas, aguacates, cebollas, repollo, salsa cátsup dulce, mayonesa, mostaza, limones, sal y chile muy picante. También con una dotación de carbón, ocote y cerillos para juntar el fuego en el que doraría los panes y pondría a asar las salchichas a la parrilla para hacer los "Shucos", como les llaman popularmente en Guatemala a los hot dogs, y atender a los clientes que se los pedían con un hambre voraz, en su puesto frente al Edificio Sánchez, y a quienes les complacía su sabor único y su precio harto económico.


Ya iba en el bus ensayando mentalmente los pasos ordenados para armar los emparedados con un poco de cada cosa. El día anterior se acabó todo temprano, y por eso pudo ir al Mercado Central a comprar los insumos necesarios para preparar los shucos matutinos y seguir con los vespertinos.


Se bajó del bus a dos cuadras del edificio. La claridad del día ya era completa y ya los transeúntes y los automovilistas se conducían raudos a sus lugares de trabajo o a sus escuelas, colegios y universidades. Tocó el timbre en la puerta principal del Edificio Sánchez. La ventanita con rejas se abrió y asomó su cara Fermín, uno de los guardias, a quien apodaban Dos Pistolas. A Peter le extrañó un poco que no hubiera abierto la ventana "el Mozote", el otro guardia que hacía el turno junto a Dos Pistolas, pues nunca fallaba en ser el primero en asomarse y en soltarle bromas agrias antes de abrir la puerta y dejarlo sacar su carreta.


Saludó a Dos Pistolas, quien un poco más serio que de costumbre le dijo que pasara. Peter caminó por el pasillo en penumbra, y en la tarima al medio de la entrada vio sentado a Mozote con el rostro inexpresivo y sin responder a su saludo ni haber dado muestras de advertir su presencia. “Hoy está de malas”, pensó Peter, y procedió a sacar su carreta a la calle. Dos Pistolas estaba de pie sobre la acera. “El Mozote como que está de malas”, le dijo Peter como comentario. “¡Qué va a ser!”, le respondió éste; “asustado es que está desde las 12 de la noche. Allí estuvo chinga que chinga haciéndome señas y no me hablaba nada. Y después se quedó callado y se sentó allí donde lo ves y no se ha movido para nada”.


Peter se rió de buena gana. “A lo mejor oyó a la Llorona o miró al Duende”, le dijo a Dos Pistolas, quien permaneció serio y no le contestó sino después de unos minutos.


No sabía que iba a escuchar una de las otras historias allí vividas y que esta vez, dejaría helado y enmudecido a su protagonista quien aseguraba no desear ni a su peor enemigo, la experiencia de estar tan cerca de la Gringa Loca...


“Ese Mozote se fue a hacer su ronda a los pisos de arriba”, le empezó a contar Dos Pistolas a Peter. “Yo me quedé a echarme un sueño en mi catre. Como aquel no venía ni daba señales de venir luego, me quedé bien dormido. No sé cómo sentí que me movían, abrí los ojos, y era el Mozote despertándome con la cara de afligido y con la pistola en la mano. Yo me paré de un brinco, me saqué las dos pistolas y apunté a la puerta. Aquel me hizo señas de que no, pero no me hablaba. Le pregunté qué pasaba, si había descubierto gente allá arriba y le dije que fuéramos a ver. Me hacía señas de que no. Ya de tanta seña y de que no me hablaba, más bien me enojé y me guardé mis dos pistolas.


El Mozote agarró una botellita con agua pura y se la bebió de un sorbo, como lo había visto hacer en las cantinas con el guaro. Se salió al pasillo, se sentó sobre la silla del recibidor, y allí se estuvo callado y sudando sin decir nada. Decidí no hacerle caso. Al buen rato, me habló:


< Vos, fijate que vi algo raro >. Yo no le contesté, porque estaba en realidad maleado.


Entonces él me empezó a contar: <Me fui a hacer una ronda al 4to. nivel. Me tomé mi tiempo. Miré en todos los rincones. Vos sabés que yo nunca he sido miedoso. Cuando empecé a bajar por las gradas, miré delante de mí a una mujer canche (rubia) que iba bajando ya para cruzar a la otra fila de gradas para el siguiente nivel. Creí que era una tu traida (novia) que habías entrado sin decirme nada y la tenías escondida. Sentí un fuerte escalofrío. Me apuré a bajar para alcanzarla. Cuando llegué al inicio del siguiente graderío, ya no estaba. No podía haber caminado tan rápido. Ah, me dije, ésta se acurrucó en algún rincón para esconderse.


Empecé a bajar. En eso sentí un ventarrón frío en la espalda y volví a ver para atrás. ¡Allí estaba la canche, de pie en el escalón de más arriba, mirándome! Pero lo raro es que no le miraba la cara. Estaba muy oscuro. Solo los ojos le brillaban.


Mi primera reacción fue gritarle, preguntarle qué estaba haciendo allí. Pero no me salió la voz, por más que quise. Vas a pensar que me eché mis tragos, pero me podés sentir el aliento y no he tomado guaro. Me quise desenfundar la pistola, pero tampoco me pude mover. Allí sí me empecé a morir del miedo. Quería salir corriendo, quería llamarte a vos para que vinieras, pero no me salía la voz ni me podía mover. Mirá, vos, las piernas se me aguadaron. Sentí que me iba a desmayar, pero ni eso me dejaba el cuerpo. Como una estatua de piedra, con todo el cuerpo frío, me quedaba allí sin poder hacer nada.


Ella empezó a bajar. Quise llorar, vos, yo que soy tan macho. Y ella se me acercaba, se me acercaba y se me acercaba y yo cada vez sentía el aire más helado. No sé cómo cerré los ojos y me puse a rezar un Padrenuestro con el pensamiento. No quería ver cuando la tuviera a la par. No sabía lo que me iba a hacer. Y de repente empecé a temblar y a temblar y a temblar. Cuando al fin me atreví a abrir los ojos, uno primero, el otro después, ella ya no estaba.


¿Y creés que me atrevía a moverme? Porque moví una mano para sacarme la pistola, y entonces ya pude hacerlo. Pero el miedo no me permitía moverme de esa grada...


Al fin fui cobrando valor. Empecé a caminar despacio, despacio, hasta que llegué al interruptor y encendí las luces del pasillo. Todavía sentía que me iba a salir de algún rincón, a caerme por detrás, a gritarme…


Ay, vos, ni a mi peor enemigo le deseo esto. Hay que traer a un padre… ¡Aquí se quedó el alma de esa mujer y quién sabe ni cuáles son sus penas!…>”


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Foto: laradiodetotoral.com.ar

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